Descartes y la felicidad

EN UNA CARTA escrita en 1645, Descartes se pregunta si es más importante ser feliz que conocer la verdad. Al final, el filósofo francés llega a la conclusión de que sólo se puede llegar a la felicidad a través del conocimiento y ello comporta siempre el precio de un cierto sufrimiento.

Descartes llegó a escribir: «Jamás he encontrado una mujer tan bella como la verdad», una frase que nunca me ha parecido sincera, aunque es cierto que tomó la decisión de abandonar el círculo de los libertinos que frecuentaba en París para estudiar filosofía en Holanda en un lugar desconocido. Por su vínculo con los jesuitas y su carácter heterodoxo, Descartes ejerció una gran influencia en mi juventud. Me atraía mucho su intento de conciliar la razón con la fe católica, mientras dudaba de la engañosa apariencia de los sentidos y de los tópicos de los biempensantes de la época.

En una Europa desgarrada por la Guerra de los 30 Años, Descartes buscaba un equilibrio entre la razón y la felicidad personal que era sencillamente imposible en un continente destruido por los conflictos religiosos y la tiranía de los poderosos.

Han transcurrido más de tres siglos y creo que el dilema sigue siendo el mismo: hay que optar entre la aceptación de una sociedad abominable para no sufrir demasiado o la búsqueda de una verdad que necesariamente conduce a la infelicidad. Mi conclusión es la contraria de la de mi querido maestro: saber nos hace desgraciados.

Si queremos ser infelices, sólo tenemos que mirar a nuestro alrededor. La realidad que nos rodea es insufrible, aunque siempre cabe el consuelo de refugiarse en ese autoengaño de la banalidad tecnológica que reduce el mundo a 140 caracteres, perfecta metáfora de nuestro tiempo.

Uno podría ser feliz tal vez si viviera en un isla remota, pero basta con pasear por las calles de cualquier ciudad y abrir los ojos para darse cuenta de que estamos cercados por el mal.

Descartes creía que el hombre se podía redimir en la lucha contra la adversidad pero yo, que soy pesimista, pienso que esa batalla está perdida y que la lucidez sólo comporta infelicidad.